Me gusta salir al balcón por la noche y
mirarla, observar cómo se desviste y camina abrazada a su gato que sinceramente
es horrible, pero en brazos de esa mujer toda imagen es un mosaico de mármol
egipcio.
No sé su nombre ni quiero saberlo, tal
vez por temor a que esta osadía rompa el hechizo de su imagen casi perfecta, de
no ser por el felino que ronronea en su pecho.
A veces cuando conduzco a través de la
ciudad y siento que el gran enjambre de edificios comienza agobiarme y a
imprimirme en el pecho una presión insostenible, todo se calma porque sé que al
llegar a mi departamento esperare a que anochezca para cubrirme de paz cuando
desde mi balcón no haga otra cosa más que mirarla, espiarla, ser un mediocre
mirón que rompe la intimidad de una persona con el única fin de alegrarse con
el arte de mirar.
Ah si ustedes pudieran verla, ella
comienza a caminar, lentamente desabrocha su cinto, luego se quita el jean y lo
deja caer al suelo de una manera sensual, usa una pequeñísima ropa intima que
desaparece de su cuerpo como la sombra lo hace de la luz solar, por último se
quita su remera roja y sus senos quedan expuestos ante mis ojos que no hacen
más que disfrutar de tan bello panorama, luego se recuesta y lee tal vez alguna
novela, y mi mirada recorre su espalda, se sube a su cintura y disfruta de su
prominente cola que parece esculpida por el mismísimo Miguel Ángel, cuánto me
alegra todo su hermoso cuerpo, por último toma a ese maldito, feo y haragán
gato y lo pone en sus senos, mientras el muy estúpido felino pasa sus sucios
pelos en sus pezones. Horripilante cuatro patas de cola larga ¡cómo te odio!
De vez en cuando ella sube a mi taxi y yo
la llevo siempre al mismo lugar, y en una jaula lleva al gato feo que presiente
mi odio desmedido hacia él.
Anoche mientras la miraba caminar desnuda
por todo su departamento, vi cuando abrió la puerta del balcón y dejo salir al
haragán, el muy idiota se trepó por la azotea y camino bajo la luna maullando
como si estuviera llamando a alguien. Decidí esperar tenía la extraña certeza
que el gato vendría por estos lados, lo esperaría y lo capturaría. Y así fue.
El por fin cayó en mis manos. Matarlo y sentirme mal por ello no estaba en mis
planes así que lo puse en una bolsa arpillera y lo tire en el baúl del taxi. Di
muchas vueltas hasta que vi un lugar, un baldío oscuro y con un pastizal
enorme, tome la bolsa le di unas cinco vueltas sobre mi cabeza y la arroje.
Sentí el sonido seco del gato y un quejido, luego subí al auto y me aleje.
Lo extraño es que luego de eso no desee
verla más, se había roto el hechizo, o tal vez la magia era el pobre e infeliz gato,
tengo un odio megalítico hacia los gatos, mi nueva obsesión hace que todas las
noches levante cientos de felinos y los ponga todos juntos en una bolsa, para
luego tirarlos en el medio del campo.
De ella no me queda nada. De él el
recuerdo de su peluda cara y sus feos bigotes, todos los días lo recuerdo y
todos los días lo odio un poco más.
Muy bueno.
ResponderEliminarGracias por tu lectura.
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